jueves, 15 de agosto de 2013

13 Agosto - Puno

Madrugar en Perú no nos resulta extraño. Primero para aprovechar mejor el día y los transportes entre ciudades, segundo porque a las seis de la mañana ya está amaneciendo, y tercero porque todavía no hemos encontrado un solo hotel con persianas. Hoy es uno de los primeros casos. A las 8.30 horas de la mañana sale nuestro bus a Puno.
Tras desayunar, pedimos un taxi, que llega antes de haber podido pagar la habitación. Cuando bajamos una pareja suiza está montada en él. Al final lo compartimos y nos lleva a los cuatro a la terminal terrestre para coger nuestro bus.
Esta vez viajamos con Tepsa, ya que no encontramos billetes en Cruz del Sur, y la verdad que ha sido un acierto. El viaje por 50 soles, wifi y desayuno incluidos.
Tras seis horas relativamente cómodas de viaje, llegamos a Puno. Tardamos un poco en localizar el hostal, primero porque lo habíamos ubicado mal en el plano, y segundo porque la llegada a Puno, nos ha dejado a los dos con bastante mal cuerpo. Debe ser la altura. Por fin lo logramos. Tras ver tres habitaciones, elegimos y nos instalamos.
Antes de salir del hostal, nuestra anfitriona Jenny, nos da la bienvenida con un mate de coca (tranquilas madres que es un té) e innumerables indicaciones de qué hacer en Puno. Una hora después de lo previsto, salimos hacia la plaza de armas de Puno.

Plaza de Armas

Puno es conocida como la capital del folclore. No es para menos, ya que con la colorida vestimenta de sus mujeres, el bullicio de gente por las calles del centro de la ciudad y con sus muchos mercados de artesanía, casi todos ellos de cooperativas sociales principalmente de mujeres, hace honor a su calificativo.
Visitamos la Iglesia (pero les pillamos en misa), la casa del corregidor (casa colonial rehabilitada y convertida en bar, tiendas de artesanía y agencia de viajes), el Museo Dreyer (sobre arte preinca) y el Museo de la Coca (en el que nos hablan más de bailes regionales que de las propiedades de la hoja de coca).



Como estábamos sin comer, decidimos ir a un restaurante con espectáculo, y la verdad es que fue todo un acierto porque además de llegar antes de las hordas de “turistas pijos” cenamos estupendamente. Ahh, y por fin probamos la alpaca.


Medallones de alpaca
Trucha rellena de quesos de los Andes




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